A estas alturas caben ya pocas dudas sobre el objetivo único de Podemos: la toma del poder, de todo el poder. Lo demás estará siempre supeditado a este objetivo. Por ello, sus contradicciones son desdeñables. Así, por ejemplo, se anuncia la (aparente) sustitución del modelo económico bolivariano por uno nórdico –de la mano, además, de un politólogo a quien Iglesias llamó “caradura” el año pasado– y no se escucha ni una sola crítica interna; Pablo Iglesias plantea que el modelo de organización de Podemos sea el centralismo democrático leninista, liquidando, así, el espíritu asambleario del 15-M, y es elegido secretario general con el 88% de los votos; y la cúpula del partido se esconde de los medios cuando arrecian las críticas pese a la promesa de “dar siempre la cara” y la justificación que se da es que están sufriendo una “cacería” y que hace falta ser sinvergüenza para pedirles explicaciones. Podemos está por encima de las contradicciones porque es pura y llanamente una máquina de ocupación del poder del Estado que se alimenta del convencimiento de que el poder no estará en manos legítimas hasta que no esté en las suyas.