Supongo que muchos de Ustedes habrán visto “Lincoln.” Pese a su título, la película no trata la vida entera de Lincoln. Se limita a contar lo ocurrido durante unas pocas semanas a caballo entre 1864 y 1865, entrando en los detalles de una de las grandes negociaciones políticas de la historia norteamericana.
Es sorprendente que se hagan películas tan políticas y que, encima, tengan éxito comercial. La gente no tiene bastante con aguantar a sus propios políticos sino que además está dispuesta a pagar casi 10 euros para que le cuenten durante dos horas y media lo que hicieron otros políticos hace 150 años. Quizá sea para descubrir algo acertado hecho por políticos; en esta caso, abolir la esclavitud. El 31 de enero de 1865, la Cámara de Representantes aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución afirmando que “Ni la esclavitud, ni la servidumbre involuntaria (…) existirán en los Estados Unidos.”
Como muchos de los grandes textos políticos de la Historia, es extremadamente corto: sólo 45 palabras. Los principios básicos de la Humanidad necesitan pocas palabras para establecerse; en cambio, la planificación e intromisión en la vida de las personas se suelen formular con gran verbosidad legislativa en gran medida para evitar que se entienda la literalidad de lo aprobado.
Dicho problema es consecuencia directa de la existencia de listas electorales cerradas y bloqueadas. Éstas llevan a que la carrera del político dependa, ante todo, de la buena voluntad de sus superiores. En función de ello, el político descuida su relación con los votantes y orienta sus esfuerzos a hacerla la pelota a sus jefes en el partido, es decir, a aquellos que deciden la composición de las listas. Esto otorga un enorme poder a las cúpulas de los partidos. Hoy, los españoles están pidiendo a gritos cambios que necesariamente limiten este poder. ¿Cómo podrán aprobarse estas medidas?
Permítanme apuntar primero como creo que no se van a aprobar. No se aprobarán a través de un Pacto de Estado. Un Pacto de Estado es, ante todo, un acuerdo entre cúpulas, es decir, precisamente entre aquellos cuyo poder se debe limitar. Es evidente que las personas que más se benefician del sistema vigente son las menos entusiastas en cambiarlo. Son las cúpulas de los dos grandes partidos, pero también de los dos grandes sindicatos y de la patronal. Los Pactos de Estado en España deben su reputación a los acuerdos de la Transición. Ahora bien, estos Pactos se pudieron firmar precisamente porque los firmantes no acumulaban entonces el poder que acumulan ahora; los partidos y agentes sociales no tenían entonces las enormes burocracias que tienen ahora con sus consecuentes intereses creados. Los pactos, de hecho, trajeron los consensos sobre los que se construyeron estas burocracias, en particular a través de generosos compromisos de financiación pública.
Además, una de las grandes prioridades de la época fue la “gobernabilidad” de España. Muchas decisiones se tomaron para asegurar un Ejecutivo fuerte. Creo que el paso del tiempo ha demostrado que el Gobierno –el de la Nación y los autonómicos- son demasiado fuertes en España, en particular frente a los poderes legislativos cuya tarea es controlarlos. Las ansias de gobernabilidad han socavado la calidad de la representación de los españoles. No debemos olvidar que cuando un ciudadano vota no lo hace para elegir a un Gobierno; lo hace para elegir a sus representantes. Estos a su vez elegirán al Gobierno, pero la relación política básica es la que vincula al ciudadano con sus representantes.
A todo esto se suma el hecho de que, por desgracia, la política se ha asociado tradicionalmente en España con la administración del Estado y no con la representación de los ciudadanos. Se considera que un buen político es aquel preparado para ser un buen ministro y no un buen diputado. La suma de todas estas circunstancias ha creado una creciente frustración en los españoles, ampliada por numerosos casos de corrupción. La respuesta va a exigir entrar en territorio inexplorado hasta ahora. Las soluciones a los problemas de 2013 no van a ser las de 1977. “Pisando Charcos” propone ideas nuevas para solucionar estos problemas. Son ideas liberales.
Por ello mismo, buscan combatir las concentraciones de poder y los privilegios que de ellas se derivan. La leyenda negra construida entorno al “neoliberalismo salvaje” asegura que el liberalismo es pura y llanamente una ideología al servicio de los intereses de los ricos.
La ilimitada capacidad de propaganda de la izquierda –y no sólo de la izquierda- ha conseguido que esta idea cale. Y, sin embargo, si por algo se define el liberalismo es justamente por lo contrario: rechaza la existencia de una sociedad dividida en clases sociales del tipo “ricos” y “pobres”, “capitalistas” y “proletarios” o como se las quiera llamar; rechaza la concesión de privilegios por parte del Estado a grupos organizados; y rechaza que el poder se concentre en pocas manos.
Esto lleva a que las reglas de juego liberales aseguren que los políticos tomen sus decisiones condicionados por las opiniones de sus ciudadanos. Los políticos y el Estado son contenidos cuando sienten, constantemente, el aliento de los ciudadanos en su cogote. Sería ilusorio pensar que los políticos puedan algún día no tener intereses propios y actuar exclusivamente en función de los intereses de los demás. El altruismo puro es un espejismo. El objetivo debe ser, más bien, alinear más estrechamente los intereses de los políticos con los de los ciudadanos. Esto se conseguiría con listas abiertas pero, sobre todo, con distritos uninominales. Un buen ejemplo de ello es la reforma de la ley electoral madrileña propuesta por el grupo parlamentario popular en noviembre de 2011.
Esta propuesta prevé crear 43 distritos en la Comunidad de Madrid dentro de las cuales se elegiría, en cada una, a un diputado autonómico. De esta manera, los diputados elegidos le deberían su acta a los votantes y no a sus jefes. Sus incentivos para seguir en política cambiarían radicalmente. Siguiendo esta misma lógica, los intereses de las cúpulas de los partidos se alinearían mejor con las de sus militantes y votantes a través de:
- 1) la organización de primarias para la elección de las direcciones de los partidos y de sus candidatos electorales;
- 2) la financiación privada, es decir, voluntaria de sus afiliados y simpatizantes;
- 3) y, en general, una separación radical entre partidos y el Estado. Una vez más, se trata de limitar las concentraciones de poder, generando competencia entre políticos y delegando grandes decisiones en las bases y ciudadanos de a pie (que conste que me niego a aceptar que el Estado o, en general, la autoridad esté arriba y la sociedad abajo; más bien al contrario). A todas estas ideas está dedicada la primera parte de “Pisando Charcos.”
La segunda parte del libro plantea iniciativas que resten discrecionalidad al Estado y, por ello mismo, den mayor libertad individual a los ciudadanos. El ejercicio de la discrecionalidad del Estado siempre se hace en perjuicio de la libertad de la persona. A veces, lo mejor que puede hacer el Estado es no hacer nada o casi. Es el caso de la integración de los inmigrantes. En otros casos – en particular, en los económicos-, debe autorizar menos y facilitar más. En la provisión de grandes servicios públicos como la educación o la sanidad, debe asegurar que el dinero siga al usuario. En la aplicación de la Justicia, debe asegurar que quien la haga la pague. Y, en lo relativo al mercado laboral, debe promover su unidad impidiendo que algunos trabajadores puedan ser despedidos y otros no.
Más de un lector me ha dicho que lo que plantea “Pisando Charcos” es utópico y que, como mucho, se aplicará dentro de 30 años. Que su aplicación sea improbable a corto plazo es cierto. Que sea utópica, no lo es. Las utopías desde tiempos de Platón se definen por querer cambiar la naturaleza humana. Este no es mi objetivo. No concibo la política como un instrumento para transformar ni a la sociedad ni a la persona. La política debe, más bien, asegurar la seguridad y las oportunidades que permitan a cada cual hacer lo que quiera con su vida. De esta manera, la sociedad y las personas se transformarán a sí mismas. La gente y, en particular, los políticos a veces se comportan como no deberían. Se corrompen, defraudan la confianza de otras personas, mienten… El objetivo utópico sería aspirar a cambiar su naturaleza para que su comportamiento fuese irreprochable. Esto no va a ocurrir y más vale evitar intentar hacer de los políticos una raza de superhombres. Es mejor buscar cambiar sus comportamientos cambiando sus incentivos. Esto permite respetar la libertad individual de las personas y apelar a su racionalidad, cambiando los factores que influyen en sus decisiones.
El primer capítulo de “Pisando Charcos” –titulado ¿Qué hago con este sobre?- está dedicado a describir cómo funcionan los incentivos. En resumen, un mejor comportamiento no depende exclusivamente de ser mejor persona; depende más bien de tener mejores incentivos. Esta es la idea básica de “Pisando Charcos.” Y, es que, como buen liberal, desconfío de la política en general y de los políticos en particular. Esto puede sonar contradictorio dedicándome a lo que me dedico. Pero creo que es bueno que exista esta desconfianza entre aquellos que buscan representar a los ciudadanos. Esto permite contener la tendencia expansiva del Estado (que le lleva a meterse en todos los aspectos de nuestras vidas, incluyendo, claro está, en nuestros bolsillos) y, también, permite prevenir el populismo y los partidos estrafalarios. Los políticos suelen ser salvadores de los problemas que ellos mismos crean.
Dicho esto, la pregunta permanece: ¿por qué van a aplicar los grandes responsables de nuestro país unas propuestas como las de “Pisando Charcos” que limitarían su poder? La respuesta no puede ser otra: por su propio interés. La desafección ciudadana hacia los políticos no para de crecer y las encuestas empiezan a poner en duda la continuidad del bipartidismo existente durante los últimos 30 años. Una encuesta publicada por El País el pasado 3 marzo daba a PP y PSOE una intención de voto conjunta del 47%. En las elecciones de noviembre de 2011 obtuvieron un 73% y en 2008 un 84%. Los dos grandes partidos han perdido en 5 años casi la mitad de su intención de voto. Un desplome de estas dimensiones crea el incentivo para que los grandes partidos reaccionen. Incentiva, permítaseme decirlo, pisar grandes charcos. La reacción está empezando a verse en las bases y periferias de los partidos. Es el caso de las exigencias de primarias en los partidos socialistas de Galicia o Murcia y, en general, de las crecientes peticiones de regeneración en su cúpula. El PP, estando en el poder, podrá retrasar sus propios cambios, pero no podrá evitarlos. La competencia del PSOE le obligará a mover ficha. Y ya hay ejemplos de iniciativas de PPs regionales como la reforma de la ley electoral madrileña ya mencionada que demuestran que las cosas se están moviendo.
Las reformas deberán romper el monopolio de las grandes decisiones impuestas por las cúpulas de las organizaciones políticas e incentivar las decisiones tomadas por las bases. Estamos, por así decir, ante una posible “destrucción creativa” de nuestro sistema político que lo haga más transparente y responsable ante los españoles. Alguien que ya ha tomado con fuerza la bandera de la regeneración en España es Esperanza Aguirre. Confieso que no estaba muy seguro de si vendría a esta presentación. Y es que su mítica aversión por los gerundios es sólo comparable con la que le provocan las rotondas…
Pero, una vez superadas sus posibles objeciones al título del libro, quiero agradecerle muy especialmente su presencia hoy aquí. Si hay alguien cuya forma de entender la política me ha inspirado para escribir “Pisando Charcos” es ella. Mantuve en secreto su redacción hasta que casi estuvo en la imprenta, por lo que la responsabilidad de lo escrito es sólo mía. Pero ahora, Presidenta, permíteme que te anime a promover acciones de regeneración –sean las de “Pisando Charcos” u otras- con la claridad y el entusiasmo que te caracterizan.
Quiero agradecer también la presencia de John Müller y de Ymelda Navajo. John fue la primera persona a la que hablé del proyecto; entonces sólo se me ocurrió calificarlo como un “¡Indignaos!” de derechas. Creo que el libro que finalmente escribí no es exactamente eso, pero sí tiene una clara vena inconformista. Gracias a John conocí a Ymelda. Durante nuestra primera conversación me dijo que los libros que más se venden son las novelas eróticas y los de cocina. Resistí la tentación de introducir esposas, fustas o espumaderas en el libro y, aún así, accedió a publicarlo. Muchas gracias Ymelda y gracias también a tu sensacional equipo en La Esfera de los Libros.
Gracias a mis padres que nos acompañan; mi padre no ha traído hoy ningún “prospecto” que yo sepa; quien no haya entendido la broma, deberá leer el capítulo dedicado a Eurovegas en “Pisando Charcos.” Gracias a mi novia Sonia, a mis familiares, amigos, compañeros del PP, a los Reboyetes que andan por aquí y a los amigos o seguidores en las redes sociales. Y gracias a la Junta del Distrito de Salamanca y, en particular, a su concejal Fernando Martínez Vidal por la cesión del uso de esta magnífica sala del Centro Cultural Buenavista.
Termino ya. Gracias a “Pisando Charcos” me he sentido un empresario por primera vez en mi vida. Aunque he trabajado anteriormente en el sector privado, nunca había creado un producto que después debiese someter al juicio del mercado. En virtud de mi nueva faceta comercial, he dado bastante la paliza a mis amigos y seguidores en las redes sociales. Les agradezco su paciencia y les garantizo que pararé cuando me compren el libro. Mi entusiasmo por venderlo me ha llevado también a ir a distintas librerías para recomendar su compra a clientes que andaban por ahí. Todavía no he conseguido vender ninguno ni en la FNAC ni en la Casa del Libro, pero en El Corte Inglés ya he vendido 10. El domingo pasado, una señora que trabaja en el Gregorio Marañón me lo compró en El Corte Inglés de Serrano para regalárselo a su hijo que vive en Hong-Kong. Lo hizo con una condición: que si yo no respetaba los compromisos y principios planteados en el libro, me lo devolvería. Esta es precisamente la sana desconfianza hacia los políticos que creo que nunca se debe olvidar en el ejercicio de la política. Quizá olvide el nombre o la cara de la señora, pero no olvidaré el compromiso ahí adquirido.
Muchas gracias.