Argumenta con razón el ex ministro de Educación y Ciencia socialista José María Maravall en una tribuna publicada en El País (“Más participación para salvar la política”) que frente a las “carencias de nuestra vida política” no caben ni la resignación ni el fatalismo. En virtud de ello, defiende “una mayor participación política en una sociedad largamente desmovilizada; de ciudadanos que defiendan activamente aquello en lo que cre(e)n, fuera o dentro de los partidos.”
Al mismo tiempo, sin embargo, Maravall se posiciona en contra de las primarias dentro de los partidos políticos. Considera que una mayor democracia interna desarbola “los órganos de representación … internos” de los partidos y que las “elecciones primarias pueden ser plebiscitos escasamente democráticos.”
Es decir, Maravall pide más participación política, pero niega a los militantes de un partido el derecho a elegir en libre votación a los miembros de sus órganos de representación. Si aplicar la lógica de “un militante, un voto” para elegir a las direcciones de los partidos y a sus candidatos es “escasamente democrático,” ¿lo son más los dedazos o los congresos de partido en los que los miembros de las delegaciones regionales están sometidos a una férrea disciplina de voto orientada por sus líderes?
Esta contradicción no impide a Maragall, sin embargo, introducir su artículo criticando las “ocurrencias” de ciertas personas que defienden una regeneración democrática en España y su “insuficiente reflexión.” Dime de qué presumes…