El genio de los necios

Escrito a las 12:09 pm

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Era marzo de 1969. John Kennedy Toole encajó la boca de una manguera en el tubo de escape de su coche. Introdujo el otro extremo de la manguera por la ventanilla de la puerta delantera, se sentó en el asiento del conductor, cerró la ventanilla hasta donde pudo y esperó. Fue encontrado muerto por la policía de Biloxi, Misisipi. Toole tenía 31 años. Su carrera literaria había fracasado. No había conseguido publicar ninguna de las dos novelas que había escrito.

Tras superar una depresión, la madre de John –Thelma-, resolvió no cejar hasta publicar los libros de su malogrado hijo. Tardó casi una década, pero en 1980 se publicó “La Conjura de los Necios”, el libro que John había escrito en 1963. Su éxito fue fulgurante. Toole ganó de manera póstuma el Premio Pulitzer en 1981 y, a fecha de hoy, se han vendido 1,5 millones de ejemplares del libro.

Leer “La Conjura de los Necios” por primera vez es una experiencia única. Yo lo acabo de hacer, pese a que primos míos llevaban años alabándolo. Es casi imposible no soltar alguna carcajada durante su lectura, al tiempo que se niega con la cabeza ante las vivencias y ocurrencias de su protagonista Ignatius J. Reilly. Si hay un libro políticamente incorrecto de verdad – que critica por igual dogmas de la izquierda y de la derecha-, es este.

Reilly es un vago de siete suelas, treintañero que vive con y a costa de su madre viuda en la Nueva Orleáns de los años 60. Es una persona leída, licenciada (aunque tardó diez años en licenciarse) y de verbo pedante. Un accidente y la resultante necesidad de conseguir dinero dan a la madre la fuerza necesaria para convencer a su hijo de que busque Y encuentre trabajo.

El primer trabajo de Reilly es como administrativo en una fábrica de pantalones. La labor de archivo que se le encomienda es rápidamente satisfecha tirando los documentos a la papelera y Reilly se dedica a lo que de verdad le interesa: soliviantar los trabajadores de la fábrica contra la dirección. Su revolución fracasa y es rápidamente despedido.

Su siguiente trabajo es como vendedor callejero de perritos calientes. Su fracaso profesional también es sonoro, en gran medida porque se come más perritos calientes de los que vende.

La frivolidad de los planteamientos ameniza una de las críticas subyacentes del libro: el desprecio del intelectual hacia el capitalismo. El libro de cabecera del pontificante Reilly es Consolatio Philosophiae de Boecio, un filósofo romano del siglo VI. El libro establece que la verdadera felicidad se alcanza al despreciar los bienes del mundo. Reilly da por hecho que una vida contemplativa, de reflexión y meditación es moralmente superior a la del trabajador. Dentro de este esquema, la gente debería ser juzgada por lo que sabe y no por lo que sabe hacer.

La economía de mercado, sin embargo, valora las cosas en función de lo que los demás estén dispuestos a pagar por ellas. Un perrito caliente puede valer más que el libro de Boecio si alguien está dispuesto a pagar por él para colmar su hambre física en vez de su sed de conocimiento. Es difícil entender que el fruto de un trabajo intelectual de años pueda valer menos que una salchicha en un bollo que se consumen en un par de minutos. Abundando en esta contradicción, el escritor Juan José Millás publicaba en El País un artículo en el que se preguntaba si leer “Crimen y Castigo” de Dostoievski quiere decir que se consume “al modo en el que consumo una conserva al abrir una lata de berberechos”. Toda su argumentación desembocaba en una crítica a “los recortes que el Gobierno actual está aplicando … a la cultura”.

Se puede entender perfectamente que alguien considere su trabajo superior al de los demás. Ahora bien, la cuestión que parodia Reilly y que sigue estando de plena actualidad (véase, también, la reciente Gala de los Goya) es en qué medida dicha superioridad debe justificar menospreciar el trabajo de los demás (aquellos que venden  perritos calientes o pescan berberechos, por ejemplo) al tiempo que se exige que parte de su dinero vaya a subvencionar la actividad propia.

 

Artículo publicado en la edición de marzo de Capital.

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