Calle Ferraz, Madrid. Sede del PSOE. Domingo 8 de febrero. Sobre la hora del aperitivo. Despacho del secretario general. Unos pocos conjurados se sientan alrededor de una mesa de reuniones. Pedro Sánchez los observa en silencio. Sabe que la mayoría ha debido anular en el último momento comidas y excursiones domingueras. Cree leer sus pensamientos: “A ver qué tripa se le habrá roto al niño bonito este”, “Ya podría haber organizado un viaje este fin de semana para perderse por París o Londres…”. Pero sabe que es ahora o nunca. Carraspea, bebe un trago de agua y comienza a hablar con voz impostada: